This side of Paradise
viernes, 8 de julio de 2022
La pecera
jueves, 3 de marzo de 2022
Los días de lluvia
¿Y a ti, cómo te hace sentir la lluvia?
Las nubes vuelan alto y revolotean cubriendo al sol. El día de antes, los cielos se tiñen de toda la paleta de colores, se tornan rosas y anaranjados, y un haz de luz del atardecer penetra entre los edificios de ciudad, creando un espectáculo visual al alcance de todos los públicos. Soplan corrientes de aire que nos agitan y, de nuevo, vuelve el silencio de los elementos y el murmullo de ciudad.
El día de lluvia, está marcado por la luz atenuada, como si hubieran apagado las bombillas del cielo, y todo se vuelve gris. Por eso, me gusta alegrar los días de lluvia con paraguas de colores y botas de goma fucsia.
Vemos llover bajo las ventanas de la buhardilla, a noventa grados bajo el cielo. Llueve directo sobre nuestras cabezas. El agua ruge en su descenso, cae sin tregua, feroz, contra el tejado de nuestra casa, contra las ventanas que extienden nuestro concepto de verticalidad. Oímos la lluvia en silencio e inquietud. Nadie se atreve a moverse, sino que nos detenemos en escuchar las gotas estrellarse contra las tejas, contra el cristal. Y luego se convierte en murmullo. El agua fluye y pasa, de nuevo, otro día de lluvia.
lunes, 21 de febrero de 2022
El bloque de anuncios
Me pasa, a veces, que traigo al presente un bloque de anuncios de momentos de mi infancia. Son flashes de recuerdos, breves e intensos, intranscendentes, pero tan vívidos que me desconectan, por un instante, del programa que vivo a tiempo real.
Vuelvo a los paseos eternos por el Bulevar de Miriam Blasco, en Alicante. Vuelvo a pedalear en bucle, kilómetro y medio arriba y abajo, con mi padre detrás, supervisando los ruedines invisibles que me mantenían estable, hasta que caía el sol.
Vuelvo a comer frente al Mediterráneo, en casa de mis abuelos en verano, con paella alicantina, tortilla de patata y ensaladilla rusa.
Vuelvo a leer los cuentos blancos del Barco de Vapor, en el sofá de mi habitación, volver a leer música sobre las teclas del piano.
Vuelvo a saltar a la comba en el sótano de casa de mis padres, en silencio, cuando mi cuerpo necesitaba descargar adrenalina.
Vuelvo a ver el mar en invierno, gris y en silencio.
lunes, 17 de enero de 2022
Matar a la influencer
¿Se puede predecir el comportamiento de una influencer? ¿qué hace una influencer un domingo por la mañana? Y, lo más importante… ¿cómo podría matarla?
Vamos a empezar por el principio. ¿Conoces la red social Instagram? En el encuadre de una foto concreta, aparece geolocalizada la misma. Es una geolocalización satélite, por lo que, si se sube con la inmediatez a tiempo de capturar ese instante... Es muy fácil ubicar dónde está. ¿Distinguirla? Más fácil todavía. Llevan ese disfraz, ese look que busca ser... distinguido, inconfundible, marca personal.
¿Vamos a un ejemplo práctico? Venga, te lo enseño: Es domingo a las 11h de la mañana. Madrid. En la foto es de día y luce el sol. Es otoño. ANA aparece sentada en una terraza. Lleva una gabardina color beige, unos botines púrpura y un bolso inconfundible de Louis Vuitton, en tonos marrones y beige. Su cara está seria, como concentrada, en un libro que sujeta entre sus dedos. En la imagen, no se alcanza a distinguir el título. Quizás, hasta sea intencionado. Clico aquí y la red social la ubica en el barrio multicultural de Lavapiés. La fachada de fondo, me da más pistas. Un graffiti y un color, identificable ¿Ves? Es así de fácil encontrarla....
jueves, 4 de noviembre de 2021
El frío de fuera, el frío de dentro
El aire a veces sopla contra la Plaza de España de-construida, un solar despoblado y húmedo, una obra inacabada eternamente y ruge, con fuertes corrientes de frío, para luego, fluir hasta desaparecer en el trayecto por la Calle Ferraz. Es un aire aterrador y amenazante. Un aire que te empuja y te empequeñece, que recuerda que las fuerzas de la naturaleza siempre son y están por encima de la humanidad.
Miro los abrigos de la gente, y las botas Dr. Martens que siempre he odiado y que tanto se veían en Camden Town en Londres. Esas botas horrendas, Frankensteinianas, que son una moda que deseo que muera. Y luego pienso si ya se encenderán las farolas, y eso me pone especialmente triste, que el invierno nos arrebata, de nuevo, la luz.
El frío de dentro es otro tipo de frío. Es físico, es estar enfermo y sentir que el cuerpo se desregula y no se encuentra salvo arropado bajo el edredón. Es un frío de inacción, porque el cuerpo genera calor con el movimiento, con el ejercicio. Es un frío de hospital adormecido en el que no pasan las horas, sólo el tránsito inquieto de sanitarios. Es un frío de tubo de ensayo, de nieve. Porque el frío nunca es oscuro, no podría serlo, porque la oscuridad se reserva al miedo y a la desolación.
El frío una pastilla blanca y sentir el dolor apaciguado, y el botón que le da al off cuando las tomamos y anula nuestra voluntad, nuestra energía, a cambio de sentir... nada. Con el frío de dentro, me encuentro mal pero no me puedo dormir. Transito. Transito el estado de estar mal. Transito emociones. Transito estados de ánimo sintiéndome fantasma. Vuelvo a lugares- a un otoño caminando entre los pueblos de Zamora, a la nieve en Londres- y a momentos. Mi mente se atormenta. Y la intento traer al presente, al ahora, al frío...
jueves, 30 de septiembre de 2021
Verano del 92
Se oye un ruido. Es de noche, aún, o, al menos, el sol no se cuela entre las rendijas de las persianas. Ella está ahí. Su melena corta rubia, que ya ni siquiera llega a la nuca, nívea, a tu lado. Sus pies suaves rozan los tuyos. No entra luz de día pero hay un ruido, como un canto, una voz, que suena cerca.
Intentas recordar el día. Hoy era jueves. Jueves, eso es. Y la miras a ella otra vez. Si duerme, te das otra vuelta. Pero otra vez esa voz, como de Campanilla, la pequeña hadita del cuento. Que dice 'Buenos días' en la oscuridad. ¿De dónde viene esa voz?
- Abuelo, ¡tas pierto!
Es un pequeño angelito rubio, con tirabuzones, que sube a la cama. Ha dicho 'abuelo', así que es de las nietas pequeñas. ¿las hijas de quién?
-¡Valentina! ¡Si estás despierta!
-Buenos días, Casilda...
-Buenos días, Obdulio. ¿Qué tal has dormido, corazón?
-Pues bien, muy bien.
-¿Te ha despertado la niña? Valentina, baja al suelo, princesa, vamos a ver si es hace bueno.
Y descubres, que cada día es exactamente igual que el anterior. ¿Es otoño? Otoño de 1992. Estás jubilado, así que no hay prisa por nada. Puedes despertarte y leer el periódico con el café. O puedes quedarte en la cama un rato más, a ver qué echan en la tele.
Otra vez se cuela esa luz, pero ahora no hay ruido. Ella no está. Te levantas despacio, entre la realidad y la ensoñación, y se mueven las paredes. Hay luz, así que es de día, y estás bien. Es de día, ¿Qué día es? Y emprendes el camino por el pasillo, el reloj de cuco escupe las 11h. En la cocina, hay alboroto y movimiento, más que de costumbre. La tele está apagada. Casilda cocina algo en el horno. ¿Dónde diantres habrá puesto el mando? El mando de la tele. Hay mascarillas de quirófano colgadas en la cocina. Son azules, y sospecho que hay alguien en el hospital.
-Vamos, Obdulio, que te pongo un cafelito y te tomas tus pastillas.
Casilda saca de una cajita pastillas de todos los colores. Hay una amarillo fosforito, como una luz intensa. Y luego hay otras redondas chiquititas, tan pequeñas, que podrían perderse en el suelo. Te las tomas. Ella sabe por qué te las da. Es verano de 1992 y nos queda tanto por hacer. La butaca está inestable. El calendario de enfrente pone 2021. Es otoño de 2021. No, hace calor. Es verano de 1992 y el lugar, es tu hogar.
lunes, 2 de agosto de 2021
Donde el sol no quema la arena
Los fines de semana de verano, Alicante se cubre de una plaga de turistas que, como nosotros ahora, vienen asfixiados del calor de Madrid en busca del refugio mediterráneo. La zona de la playa de San Juan es la preferida, donde cruza el tranvía con el mar y las sombrillas tiñen de color la arena blanca desde que salen los primeros rayos de sol.
Sin embargo, yendo al final de la Playa de Muchavista, la carretera se estrecha y se dispersa, entrando en pequeñas callejuelas paralelas que alojan pequeñas casas de pueblo siempre cubiertas de sombra y palmeras, y es más fácil aparcar a escasos pasos del mar.
Para llegar, hay que bajar una enorme cuesta, con una pendiente que supera los 60º, y en la que, en el horizonte, se atisba el mar. Cuando vamos suele ser temprano, y los colores se confunden entre grisáceo y azul cielo. Dos senderos de madera de pino llevan al mar, guían hacia donde el sol no quema la arena.
Adriana y Noa bajan la cuesta gritando, con chanclas de color rosa chicle y púrpura, y gritan "el mar", haciéndonos despertar a los adultos de la ensoñación del verano en la urbe y respirando.
Hay un cruce, el de las vías del tren, el que recorre toda la costa y al que, de más pequeñas, despedían y saludaban con un cariñoso "ariós, tam". Pero ya no agitamos las manos, que somos mayores. Con mucha cautela, miramos el señor del semáforo, que aquí siempre es boy y no girl, como los semáforos que marcan nuestro paso en casa, y no pasamos hasta que el señor no mueve las piernas en verde.
Y de pronto, se abre un ventanal que trae una ráfaga de viento, y las olas suben suave, y ellas corren, una con su melena rubia lisa, la otra castaña, con el pelo ondulado, hacia el mar: a saltar las olas, el sol contra la cara y a pisar sin piedad los flanes ajenos, castillos de alguien que, con sumo cuidado, fue construyendo en fortaleza.
Este verano ha llegado con olor a sal y nuevos comienzos. Porque por tanto que se parecen a nosotros, ellas ya escriben su propia historia sobre la arena.