martes, 26 de febrero de 2013

Sin mirar al cielo

Sonaba el estridente rugir de un violín entre Sevilla y Sol. Las temperaturas estaban de nuevo por debajo, debajo del umbral del placer de salir a la calle porque sí. Sin embargo, atardecía anaranjado entre nubes celestes, y el frío de las manos ocultas bajo unos guantes de lana olvidaba lo que calla febrero.
Ante el paso ligero de los días de frío, las notas sueltas deslizadas por las cuerdas del violín inundaban la acera. El paso de unos tacones. Alguien se detiene. Alguien pasa de largo. Alguien mira la pantalla de su Blackberry. Y Madrid transita sin mirar al cielo, sin mirarse a los ojos, sin redescubrirse, anodina, dormida, sola.


martes, 19 de febrero de 2013

Who?

El suelo del metro estaba completamente blanco y pulido. Los zapatos se arrastraban sin piedad bajo las luces de neón tenues, y aquel día de lluvia, las pequeñas gotas se amontonaban en los paragüas que se movían al ritmo incesante de pasajeros que vienen y van.
Quizás, a las 7 de la tarde de un absurdo martes de lluvia de febrero, nadie se habría dado cuenta de que, en el suelo, había una foto de carnet del revés, una cartulina blanca que apenas se distinguía entre pasos rápidos y relojes que no se detienen.
Él sí.
La cogió con dos dedos, y la levantó, ante la mirada confusa de dos ancianos que acababan de entrar al pasillo. Era una chica de pelo corto y expresión risueña. Qué raro, pensó. Ellas nunca sonríen. Los ojos, apenas maquillados, brillaban ante un flash inexistente.
¿Por qué nadie se habría parado a recogerla? ¿Serían las prisas? ¿Que la chica no se había dado cuenta? ¿Se le habría caído a su novio? ¿Qué hacía? ¿Hacia dónde iba desde el metro de Colón?
Y se paró a pensar en lo aleatoria que es la existencia, lo escasas que son las coincidencias, lo ajenos que estamos de las vidas de otros que recorren nuestro mismo camino, bajo los mismos focos, entonando los mismos pasos.

lunes, 18 de febrero de 2013

La del metro

Él caminaba delante pero yo, distraída, lo he adelantado en cuatro escalones cuando aún ni siquiera existía un "él". Y me ha seguido, con su abrigo de Tintin, su Smartphone que miraba distraído mientras pasábamos las casi sin mirarnos, por las máquinas. Pude sentir el olor de su colonia, que, para mi tristeza, no era Hugo Boss for Man, sino algo igualmente masculino pero más misterioso. Y si hubiera tenido ojos en la espalda, le habría dicho que se quedara, allí, en mitad de unos escalones en los que no para de pasar gente. Allí, bajo un foco mal iluminado. Pero seguí mi camino, justo para llegar al andén y encontrarlo de frente, en el otro andén, mirándome. Y aquí no cabían los disimulos, ni girar la cabeza para mirar los minutos que iluminaban las pantallas. Metronoventa. Pijo. Castaño. Son de esas veces en las que el paso del tren arrebata una mirada, en las que prende una chispa diminuta en un milimétrico lugar, en un fragmento de segundo. Y quizás se lo llevó el viento con el paso de su tren. Y esta vez soy yo la que entona una absurda melodía esperando a que pase... el tiempo