sábado, 1 de marzo de 2014

... necesitaría que me trajera mi pedido al coche

Eran las 15.48 de un extraño martes en el restaurante. El sol se colaba entre nubes aquel día de finales de febrero.
Sólo quedaban tres personas en ese bar. El dueño, Jin, un hombre de origen malasio que había emprendido la aventura de abrir un restaurante que ofrecía comida a domicilio en Madrid y que ofrecía sobre las mesas folletos turísticos publicitarios de su estado natal; su sobrino, un cocinero también de origen oriental que apenas llegaba a la treintena, que jugueteaba con una sartén de wok, más alta y gruesa, balanceándola de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en un baile sin fin sobre los fuegos apagados; y el único habitante español de aquel negocio, Paquito, un hombre que estaba llegando a los cincuenta y que atendía las llamadas en castellano "amadrilado".

- Paquito.- lo llamó Jin- entonces ese otro lado del Retiro, al oriente, eso se llama ´Pasífico'
- Sí Jin. Toda esa zona hasta esa calle grande es Pacifico.
- Hay muchos chinos allí.
Paquito asintió mientras su jefe evaluaba las condiciones: entrecerrando los pequeños ojos rasgados y rascándose con su alargado dedo índice la parte de arriba de la frente.

Sonó el teléfono. El chico joven dejó de mover la sartén con un gesto de incredulidad.
Paquito levantó el auricular.
- Sí maja, aún estamos abiertos, y te lo preparamos calentito
La voz al otro lado del auricular se cortó. Como una desafortunada caída de línea. Como si la chica hubiera desaparecido, por un instante, en la nebulosa solitaria de aquella atmósfera en una isla perdida de Malasia.
Paquito esperó. No podían consultar las llamadas en aquel viejo interfono, pero podía esperar, a que la chica volviera a llamar.
Y lo hizo.
- Hola, perdone es que se ha cortado. Quería hacer un pedido. Es para entregar en una dirección.
- Sí claro, dígame que anoto. ¿Qué le apetecería comer señorita?
La chica dudó.
- Hacen una ensalada con mango y frutos exóticos, si no recuerdo mal, ¿verdad?
- Sí. ¿Eso de primero maja? ¿Te pongo un menú de dos o de tres? ¿Y de bebida?
- ¡Oh no, no! De tres sería demasiado. De dos está bien. Y agua. Gracias.
- Muy bien. ¿Y entonces de segundo qué ponemos?
- Unos de esos tallarines tan ricos, con verduras, al wok..
- ¡Peerfecto! ¡Marchando uno de esos!
Muy bien, dígame, señorita, ¿dónde quiere que le llevemos su pedido?
- Pues verá... Necesitaría que me trajeran el pedido a la calle Embajadores 177. Es donde está Carglass.
- Muy bien. ¿Número de piso, majeta?
- No... no hay número de piso. Estoy en un coche. Fuera de Carglass esperando a que abran, y no lo puedo dejar solo porque la ventanilla está rota. Por eso, si fuera tan amable, necesitaría que me trajera mi pedido... al coche.
La respuesta sorprendió a la vez que estremeció a Paquito. ¿Qué le abría pasado? Era muy tarde para comer, aunque hoy en día, los jóvenes no tenían casi nunca hora de comer. Como su hijo los domingos, ahí venga a dormir, con el cuarto cerrado, apestando a alcohol de la noche de antes. Alcohol y sudores, ese era el aroma del cuarto de Paco, el hijo de Paquito, auxiliar de clínica en paro.

- Enseguida marcha, maja. Aguanta el hambre.
- Muchas gracias. Y perdone usted, por las molestias.

Jin alzó la vista para mirar a Paquito.
-¿Y Carglass suele tener este tipo de clientes? Y le metió a Paquito un taco de tarjetas en el bolsillo de la camisa antes de que saliera...