miércoles, 30 de diciembre de 2020

Balcones

Otro aplauso en los balcones. Otra noche, o cada vez más día, se asomaba y ella le sonreía, en silencio, entre los aplausos de todos los otros balcones al atardecer. 

Desde hacía dos años, cuando se mudó al barrio de Lavapiés, la observaba en silencio. 
La luz de neón que se desprendía del ventanal siempre le anunciaba a Isaac que ella ya había llegado. Era una luz tenue, pero su color, anaranjado, era tan intenso que resplandecía proyectándose hacia el otro lado de la calle, hasta el 5ºD donde vivía Isaac.
Seguramente había sido una compra de última hora en Ikea. Podía situarla a ella en los pasillos finales, atravesando la zona de decoración innecesaria, y viendo la lamparita encendida. La habría cogido, descuidada, y finalmente habría decidido llevársela, junto con otros dos cojines en tonos sáhara para acompañar el ambiente.

En tiempos de pre-pandemia ya controlaba sus horarios. La hora en la que se lavaba su larga melena rubia. Los días en los que estaría el día entero en la casa, con un moño que se desharía inquieto con cada movimiento de su cuello, leyendo o bailando al son del jazz. Conocía la hora a la que volvía del trabajo y cómo colgaba su abrigo, chaqueta, cazadora Levi's vaquera o caftán en el perchero de la entrada. Sabía que a las 20h salía a correr y luego trataba, torpemente de seguir alguna clase virtual de Yoga o Pilates con una profesora que sí sabía del asunto. Sabía la hora a la que empezaba a preparar la cena y cómo picoteaba algo mientras lo hacía. 
Eran vecinos y, obviamente, se la había cruzado. En alguna que otra ocasión, en el supermercado. En aquel lugar donde los pasillos se confunden con pasarelas de lo grotesco. El foie y las rebanadas del sándwich. Los cartones de leche. Se la había cruzado y jamás se cruzaron sus miradas. Y tenía ganas de gritarle "eh, que soy yo, el que te mira desde el piso de enfrente". O quizás algo más sutil, más romántico, más definitivo. 

Entre tanto, la observaba. Hasta que llegó un día en el que salieron a aplaudir a los balcones. ¿Cómo no? Si médicos, enfermeras, celadores, y resto de personal del hospital trabajaban a destajo tratando de frenar la pandemia del Siglo XXI. 
Salió a aplaudir y ella también, descalza. Por primera vez se cruzaron sus miradas. Ella le sonrió. 

- Hola
-Hola, vecino
Los aplausos prosiguieron, como acordes de fondo.