lunes, 30 de noviembre de 2015

Sabanitas de queso que se resisten a morir

Cuando introdujo la llave en la cerradura ya sabía que Ámbar no estaría en casa. Sin embargo, siempre que llegaba al apartamento vacío después de un viaje esperaba que ella hubiera regresado antes que él para sorprenderle, para abrirle la puerta y decirle 'bienvenido de vuelta, amor' y darle un beso fuerte de película que le hiciera perder la noción de lo tarde que era, del retraso de su vuelo, de los días fuera de casa en habitaciones de hotel ajenas. 
Y sin embargo Ámbar no estaba, y sólo podía escuchar el silencio, a veces roto por los pequeños pasos de Ratatouille, su hámster, sobre el manto de hierbajos. La casa olía a cerrado, y la oscuridad de la entrada de la madrugada, apenas alterada por las farolas de la calle, que apenas alumbraban la penumbra. 
Arrastró su maleta hasta la habitación, y se dirigió a la cocina. No había imanes con notas de nada en la nevera. Ni el "hemos quedado para firmar la escritura" ni un "he reservado para cenar en el Di Donatello". Ratatouille corría enérgicamente por el circuito que le regalaron para Reyes, un circuito de tres pisos con toboganes, en el que pasaba las horas cuando ni Ámbar ni Carlos estaban en casa. 
Carlos abrió la nevera y pudo ver que aún quedaban paquetes meticulosamente envasados en papel blanco de la charcutería, sabanitas de queso, una botella de Lambrusco que Ámbar dejó abierta tras la primera copa. Cerró la nevera y volvió a la habitación. Arrastró la maleta a la cocina. Sacó la ropa directamente a la lavadora y la enchufó. La espuma se movía entre sus camisas de seda, y se sentó allí, en una de las sillas de la cocina, mientras la lavadora rezumbaba. 
Ámbar casi nunca estaba en casa, al menos casi nunca estaba con él. Cuando no trabajaba hacía planes de ir a tomarse vinos con antiguas amigas de la universidad a las que siempre hacía mucho tiempo que no había visto, y al final acababa llegando a casa muy tarde, cuando él ya se había acostado, y se quitaba la ropa y se metía entre las sábanas con él, abrazándose muy fuerte. A veces él se excitaba y se giraba, la cogía por las caderas y embestía su último esfuerzo del día en hacerla feliz durante media hora. Otras veces ignoraba esa excitación, y simplemente la abrazaba entre sus brazos y le acariciaba el pelo hasta que se dormía, como una niña pequeña.

viernes, 27 de noviembre de 2015

El tiempo nunca se detiene

Fue con el movimiento brusco del televisor
o con el armario vacío de su lado
el olor a nostalgia de la cama vacía
del frío del invierno
cuando reconquistó esa frase:
El tiempo
nunca se detiene.

Y de tantos atardeceres
no quedaba nada más
que unos recuerdos empapados en lágrimas
embalados al vacío
esperando que de nuevo
el tiempo pase por ellos.


Nunca supo si abrazarse al vacío
o a la memoria tardía
de todo lo que ahora duele.
El frío
que se cuela por cualquier rendija
Los pies que danzan entre escombros,
la mirada vacía.

Fue la llegada del iniverno
o el silencio
o que supo
que aquel iba a ser el último día.
Porque seguramente lo habría vivido diferente
Día -1.





domingo, 15 de noviembre de 2015

Vidas ajenas

Tecleó de nuevo su nombre. Como había hecho tantos millones de veces en los últimos tres años. Y de nuevo apareció allí, en Instagram, con su café mañanero de domingo, con su flequillo rubio despeinado, sus uñas inmaculadas, su sonrisa de ortodoncia. La luz emanaba de alguno de los cristales de la cafetería, una luz otoñal de mediados de noviembre, un sol que palidece. Y ella estaba allí, después de trescientas poses, seguro. Un clic más allá las fotos de la cena de anoche. Pasta ripiena, un sitio cool perfectamente geolocalizado, nueva cita, dos copas de lambrusco, dos tenedores, de nuevo su sonrisa. 
 Avanzo algunas imágenes más allá, al parque del Retiro. Un camino enmarcado por el crujiente amarillo de las hojas caídas, y por las que se amontonan en el suelo, y de nuevo ella. Con una chaqueta larga, color rosa, deportivas y vaqueros, gafas de sol. 
Su centro de estética y su manicura impoluta.
Su gimnasio, sus mallas, su minitop y su cinturita de avispa.
Ella al volante, el sol como un eco de fondo.
El horizonte inspirador con alguna frase enlatada.
Mr. Wonderful.
Fue tarde de serie y mantitas. 

Marcó meticulosamente en su mapa la cafetería. Ya tenía suficiente.
CONTINUARÁ...

lunes, 9 de noviembre de 2015

Mi mochila

He titulado este texto 'Mi mochila' porque es una de esas experiencias vitales que siempre parece que no ocurren hasta que nos tocan en primera persona. Es mi mochila porque es algo con lo que voy a vivir durante mucho tiempo. La conciencia de un acontecimiento que lo cambia todo, que permanece como una cicatriz...

Esta vez el fundido a negro fue algo más.
Sentí todo aquello que había sentido otras veces- la debilidad, la falta de fuerzas, la ligereza del peso de mi cuerpo, la flaqueza de las piernas, el desmayo inevitable. Y sin embargo, esta no fue como aquellas otras veces. Pasaron dos y tres segundos, y mi cuerpo era incapaz de responder. Oía voces, el revuelo a mi alrededor, pero no sentía mi cuerpo, como si estuviera allí y no estuviera. Los ecos y murmullos reverberaban en una sala que era incapaz de ver, reconocer o incluso sentir.
Me repetía mentalmente que seguro que pronto iba a despertar, que todo iba a salir bien. Y procuraba respirar. Respirar hondo como nos enseñan que hagamos para relajarnos en momentos de pánico. Pero no era capaz de despertarme...
La reconstrucción de esta historia, desde fuera, es que perdí la conciencia y me desmayé. Los enfermeros me trasladaron a una camilla y perdí el pulso, perdí los signos vitales, tenía la tensión demasiado baja para ser baja. Y no eran capaces de reanimarme. Una deshidratación severa. Vómitos que no cesaban hasta la inconsciencia.
Fundido a negro. No sé cuánto tiempo estuve así, pero al menos fueron bastantes minutos. Tampoco recuerdo cómo lo hice. Sólo que en algún momento pensé que igual, quizás, podría no despertar. Y no pensé en el coma, como más tarde me explicaron que sería uno de los posibles estados ante un organismo incapaz de reavivarse. Pensé que quizás, me fundiría a negro para siempre. Y no sentí angustia. Por unos instantes pensé en esa transición hacia la muerte. Pensé que me encontraba en ese limbo de no vida y que quizás, flotaría hasta morir. No sé en qué momento abrí los ojos. Y recuerdo que vi esa luz, todo tan simbólico, y enseguida sentí el pinchazo agudo de las agujas quebrando mis venas sin éxito. Sin éxito una y otra vez. Podía sentir el suero resbalar por mi brazo. Las venas repeliendo. El sonido de la ambulancia para el hospital. El miedo. La conciencia de que a cualquiera de nosotros puede tocarnos... Ese fundido a negro.