A veces, el tiempo pasa tan rápido que apenas nos da tiempo de maldecir la llegada del invierno. Las hojas del calendario bailan mientras avanzamos a un nuevo día, un día que se mueve rápido, de nuevo hacia cualquier lugar de ninguna parte.
Y pronto llegan los jerseys color vino y los paraguas, las mantas cubriendo pies fríos en el sofá, la oscuridad de las cinco de la tarde, las primeras lluvias de otoño. Y pronto llega el invierno, y de nuevo la primavera, y de nuevo el verano, y vuelve el otoño de nuevo.
No había advertido el paso de octubre. De octubre a ninguna parte. El olor a humedad y el crujir de las hojas caídas. La llegada de los primeros días fríos.
Muchas veces me planteo la existencia de un no- tiempo. Un lugar donde no habitan los recuerdos porque vivimos un momento presente. Un momento presente en el que giran las estaciones pero no avanza el tiempo. Un momento que dura la eternidad, en el que nuestro ser se detiene en un letargo, en silencio, en el que llega de nuevo la noche y el día, tan diferentes y parecidos como el anterior. Otro amanecer. Otra caída de la noche en plena tarde. Otra mañana de lluvia en otro atasco. Y sin embargo, cada vez que volvemos, la casilla se resetea en el 'Start', como si cada día retrocediera a la casilla de salida.
De la luz a la oscuridad, y saber que siempre, en algún lugar en alguna parte del mundo, brilla con fuerza el sol.