martes, 8 de diciembre de 2015

Últimas palabras

Pensé que han pasado tantos años. 
"Who we used to be when we were younger and free"
Muchos caminos y muchas decisiones diferentes. Muchos silencios y muchas incorrecciones. 
"There's such a difference between us and a million miles."
Y sin embargo algo me hizo pensar que quizás, que quizás siempre habrá cosas que nunca dijimos. Cosas que no diré jamás. Que guardo mis últimas palabras para que guardes ese adiós que nos separó hace años.
Que quizás necesitamos ese silencio. Esa no existencia que nos convierte en etéreas almas que se resguardan de un invierno y unos corazones demasiado fríos. 
Que quizás sólo en mi imaginación esté tu cuerpo entre otros cientos que desaparecieron en un atentado. Y si fuera así, y si no fuera así. Hola. Adiós.

Y cerré el cofre de los recuerdos. 




jueves, 3 de diciembre de 2015

Sala desperanza

-          - Belén, no lo entiendo.
La enfermera miró a la niña por encima de sus gafas de pasta, como quién espía a través de las cortinas opacas por la ventana. Tendría unos diez años y parecía tener uso de razón. Quizás le recordaba a sus hijas, también preadolescentes, que la llamaban al hospital para preguntarle qué camiseta combinar con el short vaquero y si estaba planchada, porque había días en los que no llevaban uniforme del colegio, y entonces todo se volvía un caos. 
Volvió a mirar a la niña. La había visto ya muchas veces, cada dos semanas venía con su madre (cáncer de colon, jodido, quimio de las fuertes, uno de esos casos en los que el tiempo juega el papel más fundamental entre la vida y la muerte). 
-   ¿Qué es lo que no entiendes, corazón?
La niña la miraba con inocencia. Tenía los ojos grandes, azules, muy claros, y la cara plagada de pecas. No sólo en la nariz, sino por toda la cara.  
No se atrevía a preguntar lo que pensaba. 
Se agarró a su libro de cuentos y lo apretó con firmeza.    
La mirada de la enfermera volvió a centrarse de nuevo en los papeles que tenía sobre la mesa, en las agendas de citas, en los post-it que le había dejado la compañera de la tarde, en el tictaqueo del reloj de pared que, sin tregua, anunciaba la llegada del mediodía.
- No entiendo por qué estas personas que están tan mal, que están viejas y cansadas, que están muy enfermas, se empeñan en querer vivir.
Belén alzó la vista. No daba crédito a lo que acababa de oír. Esa inocente niña...
Lloraba. Belén la acompañó a una pequeña salita contigua. Seguía perpleja. No esperaba esa pregunta. Y menos de una niña de diez años. 
- Marta, aquí hay personas muy enfermas. Enfermas, como tu mamá. Pero nosotras estamos aquí para salvarlas. 
Marta miró a la enfermera. Seguía sollozando en silencio. 
- Marta, una enfermedad no significa el fin de la vida. Se supera.
-A... ayer...- Marta intentaba articular palabras entre sollozos- los o...oí mo...ri...morir.
Belén se quitó las gafas.
-¿Cómo vas a haberlos oído morir, cariño?
-Sí.. Oí al señor Alberto ahogarse mientras le pinchaban.
Belén no respondió. Tampoco era fácil.
- ¿Mi mamá se va a morir?
Belén se quedó en silencio. No era fácil la pregunta ni fácil la respuesta. La madre de Marta no tenía un cáncer terminal. Pero un cáncer digestivo sabía que era algo complejo, por la velocidad a la que se reproducen las células. Había respondido bien al tratamiento...
Interrumpió sus pensamientos el grito ahogado de Marta. 
-¡Va a morir!
Belén la abrazó fuerte. 
- Tu madre no va a morir, Marta.
-¡Mientes! ¡Se va a morir como el señor Alberto! ¡Todos los que entran en esa sala se van a morir! ¿Por qué quieren seguir viviendo?

No pudo hablar más porque empezó a llorar de nuevo. Belén la abrazaba e intentaba tranquilizarla. Belén entonces entendió algo que nunca antes había entendido: una niña había asimilado la muerte. Antes que muchos adultos. Deseaba el fin del sufrimiento y, como consecuencia, el fin de la vida. Diez años.

- Si ellos mueren, mi mamá se salvará.