La planta estaba completamente vacía. Eran las 8am y los guardias de seguridad del edificio habían accedido a acompañarles y abrirles el portón para la mañana. La sala era amplia, una planta diáfana rodeada de ventanales altos y cierto olor a la humedad de una bonanza económica venida abajo. Eso también lo narraba en silencio el suelo, una moqueta desgarrada que dejaba entrever el suelo de parquet de madera de cerezo levantado en algunas zonas. A su alrededor, sólo el silencio, y el ocasional paso de los coches por la carretera.
La planta había tenido muchos usos antes. Era el local de celebraciones con canapés y Moët Chandon en tiempos de bullicio económico y social. Los camareros uniformados de clásico blanco y negro y pajarita deslizaban bandejas entre trajes de chaqueta y vestidos de cóctel. Alguien derramaba su copa de vino tinto a la alfombra entre risas. Los tacones pisoteaban el suelo sin piedad. Las conversaciones combinaban lo profundo con los viajes de placer a algún lugar de Tailandia. Las mujeres ostentaban sus pochettes de Marc Jacobs en sus delicadas manos ornamentadas con oro blanco y en acabado de uñas tono violín. Los hombres se atusaban el pelo y se nervaban con el precio de las acciones. El queso se servía en fuentes con salsa de trufa. Coulant de chocolate con perlas de oro. Silencio.
Era otra época, y aquella pequeña colonia empresarial había perdido su esplendor de otra era. Un inmigrante rumano tocaba el acordeón a la entrada del edificio. Era el símbolo de la economía venida abajo.
- Imagínate la historia y entenderás que el lugar es perfecto. La luz se cuela entre las penumbras. Aquí hubo vampiros, aquellos que devoraron la sangre de sus allegados para alargar su pervivencia. Y hubo zombies, en lo que se convirtieron todos aquellos que sufrieron el ataque.
Su voz rezumbaba en el espacio diáfano. Prosiguió.
- Es una única localización, por lo que ahorraremos costes de rodaje. Y la ambientación y la historia son perfectas. Un semibosque rodea el edificio y guarda los ecos de esas fiestas Gatsbianas, de esplendor y derroche de las clases adineradas españolas. Las de los yates en Puerto Banús y los billetes en Suiza. Las que cayeron y tuvieron que sacrificar a sus trabajadores para mantener sus empresas deficitarias a flote.
Fue un local de fiestas. De celebraciones a lo grande. Ha sido un lugar de derrotas. De sueños estampados contra la pared de la justicia. Y sin embargo sonaba un violín... El leit motiv lejano de todos aquellos gloriosos derroches. El pianista que toca hasta que se hunde el banco. Un olor a humedad y parquet levantado.