miércoles, 26 de febrero de 2020

¿qué te gustaría tener cuando vayas a morir?


Esa pregunta lleva rondando mi cabeza desde el trágico accidente de avioneta que se llevó a Kobe Bryant, jugador de la NBA, de 42 años.
Reflexiono, y pienso que no tenemos miedo a morir. Realmente no, no es eso, es miedo al dolor. Miedo a irnos de este mundo de una manera agónica: morir asfixiados, ahogados, en un accidente de tráfico mortal desangrados. Al dolor infinito, insoportable, incomparable.
Miedo a cerrar los ojos no. Miedo a dejar este mundo, tampoco. Algún día lo haremos todos al fin y al cabo...
Vaya reflexiones, ¿no?
Mi mente práctica enseguida pensó, vale, si no es miedo a morir sino al dolor, ¿qué puedo hacer para paliar el dolor? ¿qué podría hacer Kobe Bryant, multimillonario, para haber podido morir sin sufrimiento?
Inmediatamente pienso: morfina.

Lo que me gustaría tener cuando vaya a morir es morfina. Inyectarla y cerrar los ojos para emprender el viaje y flotar, hacia donde quiera llevarme el alma, volando libre.

Porque mi cuerpo es sólo un anclaje temporal en el que habito.
Porque cuando llegue mi momento, sólo querría tener un final sin dolor, sin agonía, sin sufrimiento.
Cerrar los ojos y sólo volar. Volar muy lejos a algún lugar de brisa marina y casitas blancas.
Volar y sentir que todas las personas a las que quiero están conmigo, porque soy alma y espíritu, soy emociones, soy etérea.







miércoles, 5 de febrero de 2020

La vida como mejor guión: cenas navideñas infantiles

Eran las 8 de la tarde. Las luces del árbol ya estaban encendidas, y los pastores estaban yendo al portal de Belén, tal y como ella los había colocado. Habían pasado el río azul añil, porque en su casa no era como el río del cole, que era un río hecho de papel de plata. En su casa el río era azul, y con piedrecitas. 
Papá y Mamá ya habían puesto la mesa. Sin el mantel de Mickey Mouse, porque ese era sólo para los cumpleaños. El suyo, y el de Adrián. El mantel era rojo sin dibujos, sobrio, aburrido. 
Era de noche.

Pero el timbre no sonaba
- Mami, ¿puedo comer turrón ya?
- No, cariño. El turrón y el chocolate son de postre. Después de la cena.
- ¿Y cuando es la cena?
-Cuando llegue la tía
- ¿Y cuando llega la tía?
El timbre interrumpió su conversación. 
Mamá guardó la bandeja de navidad en el estante. Los bombones dorados culminaban el lecho de ladrillos de turrón y chocolate. Los polvorones se asentaban sobre el lecho de dulces, envueltos minuciosamente en envases individuales.
Entraba aire frío de la calle. Adrián ya había ido a la puerta a recibir. Adrián y Papá. Pero ella no quería. No quería que le dijeran que se hacía mayor, porque cinco años ya eran demasiado. Arrastró a su muñeca de la pierna y apartó la cara a los besos, quitándose el pelo de la cara con los deditos.
Papá ponía los platos en la mesa. Los langostinos la miraban con sus ojos saltones. Y había verdura. Verdura. Puaj. Mamá decía que hay que comportarse en la mesa y comer y Papá les preparaba la comida en trocitos en sus platos.

- ¿Puedo comer turrón ya?
Las conversaciones seguían ajenas a la dulce demanda de Sonia, que se dejó deslizar frente al televisor. Conversaciones banales, chicas que bailan, purpurina, y sueño.

Decían que 2013 iba a ser un año de cambios, de salida de la crisis, de dinero y capital, de fútbol.
Miró de nuevo a los langostinos. La montaña había disminuido, pero seguían los ojos saltones mirándola, retándola. Se levantó. Al baño. Y a la despensa. Sabía perfectamente dónde guardaban papá y mamá los Conguitos. Nadie sospecharía de una bolsa de Conguitos en Navidad. Porque los Conguitos se pueden comer cualquier día, y además, después de Navidad nadie quiere Conguitos, ni chocolate, ni dulces.
Abrió la bolsa en la oscuridad del pasillo y comió el primero.
Y el segundo.
y el quinto.
Y el vigésimo.
Volvió a la mesa. Su hermano miraba las servilletas distraído, pinchaba huevo hilado y decía alguna frase, probablemente sin sentido para los adultos, pero que fingía prestar mucho interés porque la decía Adrián.
Miró a través de las copas. Las burbujas subían a la superficie, para, ligeramente, desvanecerse, como una pompa que explota.
-¡Ya llegan las uvas! ¡Preparados!
Papá fue a la cocina y trajo los boles. Doce. Unadostrescuatrodoce.
-Yo no quiero uvas, papá- dijo Adrián.
Sonia abrió los ojos muy abiertos.
-¿Lacasitos?
- Lacasitos está bien.
Los Lacasitos eran las uvas para los niños. Total, daba igual la suerte o no suerte. Aún quedaban unos días para abrir regalos.
Los Lacasitos venían en una bolsa de kilo, amarilla, y no olían a chocolate. El estruendo al abrirlos precedía al silencio posterior, sentados en el sofá su hermano y ella, en silencio, comiendo uno a uno los pequeños botones multicolor de chocolate.
Las copas burbujeaban en amarillo- champán- y el reloj de la Puerta del Sol daba las campanadas rotundo, solemne, tranquilo.
Metió su mano otra vez en la bolsa: blanco y morado. Rojo y naranja.
Sus dedos ya apenas atinaban a encontrar botones cuando los vio. Sobre la mesa, papá ya había dispuesto los bombones dorados, y mamá los estaba pelando, con sus uñas siempre cuidadas, con la manicura hecha.
Se acercó a la mesa.
- ¿Brindas, Sonia?
-Brindo
Y cogió un bombón. Su papel dorado era una invitación, un tesoro. Su sabor era explosivo. Mejor incluso que cualquier tableta o que el Kinder huevo. El primer mordisco siempre era glorioso, el relleno, avellana y chocolate con leche, deleitaba su paladar. El ligero cosquilleo de los trozos de avellana al fundirse en su lengua y su paladar hacia que el sabor inundara su boca. Glorioso.
Cogió otro. Mientras, Adrián se entretenía en deshacer las arrugas del envoltorio del bombón. Con sus ágiles dedos, desplegaba las cuatro esquinas. Con las uñas, alisaba la superficie una y otra vez, una y otra vez.
Chispeaba champán, rebosante de las copas delgadas con las que brindaban los mayores.
Le empezó a doler la tripa.
¡Feliz año! ¡Feliz 2013!
Papá encendió dos bengalas.
-¡Sonia! ¡Adrián! ¡Vamos! ¡ya es año nuevo!
de aquellos palos saltaban chispas. Fuego. ¡Fuego!
Sonia tiró su palito al suelo. El parquet prendió. Papá corriendo. Mamá corriendo. Adrián obnubilado mirando su bengala.
Papá apagó el fuego con una toalla.
Sonia vomitó chocolate.
Feliz 2013.