domingo, 9 de noviembre de 2014

Sí, quiero

Había guardado todos los pequeños envases de huevo Kinder del mes de agosto. Pronto llegaría el invierno y ese formato, único, que tenía dos cavidades y que lo convertían en una pequeña cajita de tesoros se cambiaría por el clásico huevo todo de chocolate y con sorpresa en el interior. 
Desde su sexto cumpleaños, a finales del mes de mayo, había estado pensando cómo hacerlo. Cada uno de los días de verano limpiaba minuciosamente los envases y los depositaba en una pequeña caja de plástico bajo la cama, esperando con paciencia a que llegara el primer día de colegio. En total había coleccionado veintisiete envases, de los que sólo uno sería el elegido. 

Llegó septiembre, y Sergio empezó a preparar su estrategia. Lo había visto antes, cuando su padre abrió una pequeña caja y se arrodilló ante Sara, su nueva esposa, hacía apenas un año. Nunca pudo oír lo que él le susurró a ella, pero pudo ver los gestos de emoción, las lágrimas de felicidad, el abrazo con el que su padre elevó a Sara del asiento y le dio vueltas mientras ambos reían en voz alta. 
Desde entonces, Sara llevaba un anillo brillante color blanco en el dedo anular derecho, y, desde entonces, vivía con ellos, y su papá la abrazaba como él abrazaba al osito de peluche cada noche.

En agosto, Sergio también había pensado en el anillo. Miraba mucho las manos de Sara cuando comían, y lo veía ahí, resplandecer. Cada vez que lo miraba, luego miraba también la cara de su padre, y podía ver el reflejo de lo que aquello significaba en su rostro.

La tarde de antes del primer día de colegio, Sergio eligió uno de los envases de huevo Kinder y empezó todos los preparativos...


Hace veintidós años desde ese día. 
Silvia nunca apareció ese primer día de colegio. Sergio preguntó, y la profesora le dijo que sus padres se habían mudado a otra ciudad, a otro país muy lejos. Sergio pudo identificar Argentina separada de un inmenso azul en el mapa. Un azul atravesaría varias veces en los siguientes veinte años. 

El pupitre de Silvia lo ocupó otra niña, y luego otras, con los mismos tirabuzones rubios, y entonces Sergio se dio cuenta de que quizás no había guardado suficientes envases de Kinder para todas ellas. Las mujeres que habitaron momentáneamente su vida y con las que se soñó un instante o una vida entera.  Las mujeres únicas, especiales, cada una a su manera y para las que Sergio había ideado ese instante de felicidad que una vez sintió en la sonrisa cómplice de su padre y Sara.

Sergio es diseñador creativo y responsable de Relaciones Públicas de su propia marca de anillos de boda, Sí, quiero, una start-up de proyección internacional.
Y en este mismo instante, en algún lugar de la costa oeste de Estados Unidos, en las manos de un hombre hay un huevo Kinder, de los de chocolate. Lo gira y lo voltea nervioso en el baño porque ella aún está dormida. Está nervioso y terriblemente emocionado. Dentro resplandece un anillo de oro blanco. Oye cómo Silvia aún se despereza en la cama, y entonces se apresura con la bandeja, un zumo de naranja, un café, una rosa, y el huevo Kinder apoyado sobre un pedestal blanco. 
Las cortinas dejan pasar pequeños rayos de luz. Por fin ha llegado ese momento que años atrás Sergio había soñado para ella.