Hoy
la bandera rojigualda ondea con un ímpetu especial. La sobriedad
impregna las calles de Madrid: el paso firme, el uniforme abotonado,
las nubes que acechan la Plaza de Colón. Pero hoy, día de la
Hispanidad, nadie se alza en gritos de “yo soy español, español,
español”, nadie cuelga la bandera de España de su balcón, nadie
se hace “pinturas de guerra” en las mejillas, nadie se besa
mientras zarandea una botella de cerveza. El día de hoy, en el
imaginario colectivo, apenas puede equipararse al día que España
ganó la Eurocopa por primera vez, o el Mundial de Fútbol de
Sudáfrica, o la última Eurocopa el pasado verano, que eclipsó la
crisis, los problemas económicos y casi casi fue la responsable de
la bajada de la prima de riesgo. Ese sentimiento de unidad nacional
que brilló con luz propia en las manos de Íker Casillas se ha
perdido entre crisis y autonomías, entre déficit y
autodeterminación, entre ambiciones y gobiernos.
La
aparente unión que manifestaba el Equipo Nacional de fútbol se
desquebraja cuando hablamos de la Liga Española. En un contexto de
tensiones políticas en el que Cataluña y España discuten y
dialogan, se hacen faltas y se relacionan entre tarjetas amarillas y
rojas, el Madrid vs. Barça se convierte en metáfora del conflicto.
El enfrentamiento en el campo no simboliza ni más ni menos que la
lucha por el dominio del poder, un pulso histórico, una batalla que
siempre concluye inacabada.
El
último “Clásico” (7/10/12), se desarrolló en un clima de
tensión mucho mayor que los anteriores. Las manifestaciones del
pasado 11 de septiembre, Día de la Diada, prendieron una mecha que
incendiaba el silencio de un letargo. Para cuando los jugadores
pisaron el césped, el conflicto ya estaba gestado. Un Pep Guardiola
que se suma a la Diada desde Nueva York, un sentimiento que se
intensifica con el calor del Camp Nou y uno de los mayores fenómenos
sociales de masas son el cóctel perfecto para una “velada
inolvidable”.
Aquellos
gritos independentistas nos devolvieron por un momento al circo
romano al que nos tienen acostumbrados los partidos de fútbol. La
diferencia en esta ocasión era tan solo la motivación y las gradas,
que estaban organizadas formando la senyera. Los
gladiadores se limitaron a dar su espectáculo en el césped,
mientras que el “otro” espectáculo se desarrollaba en las
gradas. Este mediático encuentro propició una manifestación más,
una clara alusión al catalanismo, una manera más de “reiterarle
a(l) Madrid y a España” una identidad bien arraigada. "Lo
ocurrido en el estadio catalán fue una utilización del fútbol para
intereses políticos", ha señalado Basagoiti.
Y
tampoco ha sido la primera vez que ésto ocurre. El FCB se ha
posicionado tradicionalmente en
contra de la derecha y un acontecimiento de este tipo ya tuvo lugar
el centenario pasado: el Camp Nou albergó una manifestación contra
la dictadura de Primo de Rivera en 1925.
Game over?
Aunque
el partido se cerró con el toque de silbato y un ajustado empate
digno de duelo de titanes, la lucha se
perpetua más allá del verde. El Ministro de Exteriores, Margallo,
acusa a los gritos independentistas en el Camp Nou de atentar
contra la acuñada “marca
España”, ya que la Liga de Fútbol Española se coloca en el punto
de mira internacional y la imagen de “fragmentación” resulta
perjudicial para nuestra economía. Y mientras los jugadores de ambos
equipos aúnan fuerzas al reunirse bajo La Roja,
el conflicto se reaviva con las declaraciones del Ministro de
Educación Wert (10/10/12) y su intención de “españolizar” la
educación en Cataluña, casualmente el mismo día que el Reino Unido
saca a referendum la independencia de Escocia. Un día de divisiones,
sin duda.
Pero
al contrario que en el fútbol, en la política no parece muy viable
la conciliación bajo unos mismos colores. O al menos por ahora. La
campaña del Ministerio de Defensa para el 12 de octubre llama a la
unión: “el día de la fiesta nacional somos todos”, “la unión
hace la fuerza y juntos vamos a llegar muy lejos”. Pero más allá
de los colores se hallan los valores que subyacen. Y como en el
fútbol, la rivalidad histórica aún tiene pendiente saldar sus
cuentas.
"Nationalism
is power hunger tempered by self-deception." George Orwell