sábado, 31 de mayo de 2014

Cofres

El cofre es ese ente invisible que sigue nuestros pasos, que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, es la maleta, que va cambiando según avanzan nuestras etapas vitales.

Cofre de sueños (We are young)
Aquella manifestación en la calle que creímos que cambiaría todo. Tener nuestra propia casa. Conseguir graduarnos. Tener una titulación y nuestro primer trabajo. Viajar. Enamorarnos y reenamorarnos. Adoptar (un cachorro, un niño). Trabajar. Casarnos. Viajar a Taipei. Activismo. Cooperación. Escribir un libro. Plantar un árbol. Quiero ser jefe. Quiero tener mi propia empresa. Quiero hacer una película. Otra carrera. Nuevos compañeros, nuevas experiencias vitales. Perder a un amigo en un accidente de tráfico. Un tatuaje que lo significa todo- ahora y "para siempre".


Cofre de la nostalgia (¿Recuerdas aquella canción de los 80?)
"Antes de que nacieras". Todo lo que dicen nuestros padres que hicieron de jóvenes, antes de nosotros. Todo lo que no hicieron. Y si hubiera sido guionista. Y si hubiera sacado una plaza por oposiciones. Y si hubiera aceptado aquel trabajo en Francia. Y si hubiera elegido otra pareja. Y si mi maqueta se hubiera convertido en un gran éxito. Y si...

El cofre de la nostalgia es una constante lucha. Una mirada atrás, al cofre de los sueños. Una mirada a lo más profundo, a las raíces sobre las que se ha cimentado toda una vida. Una mirada al pasado, a un pasado que jamás volverá. Pero ¿llenaste bien el cofre de los sueños? 

Cofre de la felicidad 
No puedo moverme. Y me duele. Veo cada vez peor, y casi no puedo enhebrar la aguja. Cada vez duermo menos, este café... Y lo guapos que están los niños, y la boda de los nietos, y su formación, se graduaron y esa foto de carnet en blanco y negro en la que salgo tan guapa. Y el viaje a París, en coche, ese coche que no arrancaba, y nosotros con las ventanillas abiertas porque hacía un calor de mil demonios en agosto. Y esa primera tarta, harina de primera, receta de la suegra, ¡menudo desastre! Y llegó Ramón, y luego todos los demás. Cuatro. Cuatro hijos. Cuatro familias felices. Que llegue Navidad. Y los cumpleaños. Y la primera vez que nos mudamos a esta casa. Hace ya más de 40 años. Y la vida en el pueblo. Y ese médico tan majo del martes. 

El cofre de la felicidad se llena cada vez más según se nos acerca el final de la vida. Es verdad, que no contamos cosas tristes. Que valoramos más todo aquello bueno que nos trajo la vida. Los problemas son menos. Todo es más lento. Más intenso. Un último latido, que, si es el último, espero que sea un latido de felicidad por todo lo que he vivido. 




domingo, 25 de mayo de 2014

El último cromo

Todos los domingos, el señor Luis se levanta, se pone una camisa azul de rayas, unos pantalones vaqueros que se le caen de la cintura, unos zapatos, náuticos o mocasines o incluso, alguna vez, se pone esas deportivas tan raras, las "tenis", que le regaló su hijo para sus paseos, y se da un paseo desde Embajadores hasta una plaza abajo de La Latina.
Siempre, antes de salir de casa, le da un sonoro beso a su esposa, Paloma, que está en la cocina haciendo croquetas con los restos del cocido, y se baja, escaleras abajo, boina en mano.
Luis tiene setenta y dos años y la mente aún muy lúcida.  Está perdiendo la vista, poco a poco, y sus piernas ya no son lo que eran, pero el camino de los domingos, con su viejo álbum de cromos de piel desgastada, es una de las rutinas, autoimpuestas, que más ilusión le hacen.
A veces hace frío, y el señor Luis llega agotado, se sienta en un banco en la plaza, y ve como los niños intercambian cromos nuevos, que no conoce, de monstruos y hadas, de colores y formas, de jugadores nueva cantera de los equipos de fútbol, con bordes desgastados, o cromos nuevos, recién salidos de un sobre, rasgado con intensa emoción.
Otras veces hace calor, y el señor Luis apura una limonada que le ha preparado Paloma en una cantimplora, como cuando eran jóvenes y aventureros, y se sienta bajo la sombra de un árbol a observar.
Abre su álbum antiguo, de piel desgastada, y observa en silencio ese último hueco que le queda para completarlo. Sonríe. Y entonces se levanta y empieza a buscar coleccionistas de ese mismo álbum, cartas antiguas y bordes desgastados, manos llenas de manchas y arrugas, caras de otros conocidos coleccionistas. Busca y busca, y luego llama a Paloma, desde "uno de esos aparatejos" y los dos se sientan en el mismo bar desde hace más de cuarenta años, a tomar un vermú antes de la hora de comer.
Hoy nadie encuentra al señor Luis en el banco donde solía sentarse. Algunos rumorean que enfermó, otros que ha muerto, otros que Paloma está enferma.
El señor Luis no aparece porque está en casa. Hace treinta años que busca ese último cromo que encontró, por casualidad, tirado en un arbusto en la plaza donde llevaba toda una vida buscándolo. No sabe si fue la suerte, o el viento, que le dijo que había llegado su momento.

El señor Luis murió apenas dos semanas después de encontrar su último cromo.