miércoles, 22 de octubre de 2014

Gordito


Desde pequeño, siempre había sido gordito. Sí, gordito, porque no era gordo, sino gordito... Era ancho, de espalda, de cadera y de piernas. Ancho y fuerte, solía decirse a sí mismo durante las clases de educación física en el test de Cooper. 
Gordito creció así, más ancho que la media, entre meriendas de Phoskitos y cilindros de patatas Pringles con olor a cebolla. A menudo se miraba al espejo y pensaba eso, que no estaba gordo, porque gordo es una palabra muy fuerte, y él no estaba gordo, sino gordito, que es el principio del borde del abismo. Y así se mantuvo pasando su adolescencia sin granos, disfrutando de los placeres del Kit- Kat y el Kinder Bueno, de la pizza carbonara y de los sandwiches de bacon, huevo y queso brie que preparaba con esmero su madre para que su niño creciera fuerte y sano, rindiera intelectualmente, llegara a la universidad, y a ser alguien en la vida alguna vez. 
Y así fue como gordito accedió a la universidad a la titulación de empresariales, y, por primera vez, se enfrentó a abotonarse las camisas conteniendo la respiración, claro, porque el Zara no contemplaba a los gorditos como él. Gordito descubrió nuevas y maravillosas camiserías, en las que el modisto medía con esmero la longitud de cada brazo y la distancia entre los hombros, y desde los hombros a la cintura, donde pondría un bordado antes de que los pliegues de la camisa se perdieran dentro del pantalón. 
Gordito disfrutaba de la compañía y amabilidad del modisto, que siempre le ofrecía pastas y café, antes de proceder a medirlo, y disfrutaba aún más de recoger sus camisas nuevas de algodón, suaves y que encajaban perfectamente en su cuerpo. 
Y fue así como un día conoció a Silvia, que también estaba allí, en el modisto, para arreglarse un vestido para una boda que le había quedado muy grande. 
- Es que he adelgazado bastante este año- decía con una sonrisa incontenible- y claro, va a haber que meterle por todos lados. ¡Pero es que la tela es tan bonita! ¡No quiero tirarlo!
A lo que el modisto le contestaba que no había nada que dos manos hábiles, unas tijeras y una máquina de coser no pudieran arreglar. 
Gordito escuchaba atento a Silvia, y pensaba qué pasaría si él...
Acudió, por primera vez a un especialista en nutrición, en contra de los piropos de su madre y sus lamentos de que "se habían perdido los valores de esta sociedad" y "que su hijo estaba estupendo".
Gordito se sentó allí, frente a un señor con bata y sonrisa blanqueada, con gafas de pasta, que le preguntaba sobre sus hábitos alimenticios, lo cuál a Gordito le pareció un concepto que le provocaba mucha risa, por dentro, claro; y luego le decía que podría perder hasta 8kg, como máximo para su contextura física, palabros que a Gordito, también, le hicieron mucha gracia. 
Y así fue como Gordito salió de su primera consulta en el nutricionista, con tres palabras grabadas a fuego: voluntad, dieta y ejercicio. 
Y fue así como empezó una rutina meticulosa durante un año. Las camisas empezaban a bailarle, y el modisto hacía birlerías para meter y cortar las telas que sobraban, y la madre de Gordito, que examinaba asombrada los progresos de su hijo, preparaba los domingos pastel de chocolate, para celebrar que su hijo estaba a dieta. 
Pasó ese año, y Gordito (ahora Gordito-Fuerte) acudió de nuevo a la consulta del nutricionista para confirmar que habían alcanzado sus objetivos.
- Estoy orgulloso de ti, Manuel. Has adelgazado, te has puesto en forma... Ahora solo tienes que mantenerte. Recuerda, voluntad, dieta y ejercicio.
Gordito- Fuerte salió de la consulta y pensó que todo aquel esfuerzo había merecido la pena. Pero que eran ya las seis y media de la tarde, y le apetecía merendar un Kit-Kat. 
- Have a break, no?