viernes, 9 de octubre de 2020

De aviones y aeropuertos (I)

Aeropuerto de Atenas
Todo viaje que empieza en un aeropuerto incluye la adrenalina del vuelo, el trajín del tránsito, las maletas deslizando sus ruedas como pequeñas skaters por pasillos de mármol infinitos por las cintas transportadoras. Hay gente con prisa, siempre, que parece alterarse con tu presencia.
Hay gente que observa y gente que sueña.
Luces. Tiendas de souvenirs prefabricados, preconcebidos sin amor, para los que se olvidaron de que lo importante del viaje, es volver, y a quién se vuelve.
Huele a café y bollos.
El oído es incapaz de aislar el ajetreo del control policial.
Y después, el silencio de la espera frente a una puerta de embarque de números aleatorios.
El no tránsito. Detenerse a observar la inmensidad de las cristaleras y los reflejos que se pintan sobre ella. Los asientos blancos, los cojines duros. El suelo blanco. El silencio que apenas se rompe con un tecleo en un ordenador portátil. La noche cae sobre el cristal, como un fantasma, la oscuridad.

Y de repente una botella se cae. El suelo se moja. Y empieza, de nuevo, la intensidad de la tarde. Esperando el embarque.