miércoles, 19 de agosto de 2015

La nostalgia del final del verano

La nostalgia del final del verano es un atardecer en la playa. Finales de agosto, y el acecho del comienzo del curso escolar que se ciernen sobre el mar. En el cielo empieza a caer el sol hacia el agua, sobre un fondo celeste, y anaranjado, y rosa. La gente que camina por los paseos marítimos se convierte en un murmullo, un rumor, una sombra. Es demasiado pronto para volver ya. Pero el cielo no quiere alargar este sueño.
La nostalgia del final del verano es el zumbido de un Peter Pan que no duerme. La infancia y la vuelta a la escolarización básica, a ir pasando cursos, y las clases de matemáticas, inglés y lengua. La adolescencia y las clases de historia y biología, el volver al instituto en sepiembre y ver cómo han cambiado todos, a quién le ha crecido el pecho y quién tiene más granos en la cara. El verano después de la selectividad. Los días de no hacer nada, de disfrutar, de soñar con el futuro en la universidad. Los veranos de la universidad. El primero, siempre limpio y lleno de nuevas experiencias, de nuevos profesores, de nuevas personas, de nuevos amores. Y luego vendrán todos los demás. Los de los apuntes llenos de arena y la impaciencia, la resignación, las ganas de terminar y graduarse, de terminar esta etapa. 
Y de repente te das cuenta de que en todos ellos, llegaba este momento. En el que los días se acortan y los atardeceres amenazan con la llegada de otro septiembre, con unas cuántas ilusiones y expectativas. Y, poco a poco, vas sumando nuevos atardeceres desde distintas ciudades, con distintas personas. Nuevas experiencias vitales. Poco a poco, te das cuenta de que la nostalgia no eres tú, sino ese atardecer que resuena en ecos constantes, días más cortos, sueños más largos que avanzan, sin que podamos hacer nada por detener el tiempo.