viernes, 2 de marzo de 2018

Copenhague, enero 2018



El parque de atracciones del Tivoli proyecta luces de colores sobre la oscuridad de una noche cerrada que se engulle la tarde. Demasiado pronto.

Nos arrolla un río de bicicletas que pedalea raudo contra los copos de nieve que empiezan a caer contra la oscuridad.

La luz de una cafetería, discreta, nos acoge para deleitarnos con la explosión de sabores de una bomba rellena de crema, fastelavnsboller. El reconfortante calor de un café humeante en una silla alta y la decoración nórdica nos arropan mientras nieva, a ratos.

Buscando la sirenita, nuestros pasos dibujan una estrella, Kastelet, un paseo por prados en altura, el aire frío desde el mar azotándonos la cara y al horizonte un océano carbón, enmarcado por las siluetas de molinos eólicos.

En una realidad paralela, Cristiania trae reminiscencias de un pasado hippie. Huele a porro, a yerbas, a pote. Hay ojos, ojos que acechan cualquier móvil o cámara. Risas. Ecos. Suelos de barro.

Y entre el frío, una cena en una habitación de un apartamento en Norrebro, y todo ese frío se torna calidez. Pan negro, nombres impronunciables, alimentación Bio. Y ella ríe, ríe y mira, mientras los copos de nieve se estampan contra el cristal.