No son aún las 8am, pero ya hay filas predispuestas para abalanzarse en el próximo tren.
Bajo sus chaquetas gruesas, de piel y polipiel, se esconde una discreta corbata de seda. Sus miradas se concentran absortas en pequeñas pantallas de libros electrónicos que transpiran luz. Apenas miran alrededor. Desprenden olor a colonia de mejores regalos navideños. Llega el tren y suben.
Tacones y medias negras.
Mocasines y castellanos.
No hay sitio, nadie mira a nadie.
Un tren de cercanías sale del centro de Madrid.
No son aún las 8pm, y el 80% de sus ocupantes son inmigrantes que conversan en tonos elevados, que ríen o se gritan. Grupos de adolescentes intercambian conversaciones de insultos y absurdos prejuicios.
Botellas de cristal ruedan indiscretas por el suelo.
Familias se apelotonan, los niños comen golosinas.
Una llamada telefónica.
Cruces lascivos de miradas.
Una madre negra sostiene en brazos a su hija de trenzas prietas mientras ésta llora.
Un murmullo incomprensible de dos adolescentes en turco.
El olor de un rímmel barato.
Es curiosa la demografía de un tren de cercanías. Es curioso cómo nuestra ubicación geográfica define quiénes somos, nuestra historia, nuestro presente y pasado.
Es curioso cómo nuestro entorno nos define.
Es curioso que no somos sin los demás.
Es curioso lo que se aprende del viaje más corto...